Ya basta de fingir. Suficientes han sido las eyaculaciones precoces o con disfunción eréctil de buena parte de los análisis sobre el tema en Colombia al venirse en nosotras sin que lo queramos. Este acto de violación epistémica que está basado en la potestad viril de quienes discuten qué es o no violencia, con una legitimidad casi que espectacular, que se atribuye el derecho de ser la más correcta, por designio divino y por la magia de la naturaleza, ha dejado siempre, bien a un lado, las sexualidades y el género, mucho más sus cruces con los regímenes étnico-raciales y de generación y edad, en el umbral del abandono, máximo de la indulgencia. No tendré tiempo de explicitar los feminismos a los cuales suscribo, pero desde ya sabrán desde qué lugar hablo. Los descendientes criollos de los análisis sobre el conflicto armado podrán tildarme de ideológica, poco objetiva, siempre muy activista. Lo siento, no me expreso para seducirlos ni para ser citada después de que haya sido eficaz mi coquetería. Si entendieran en principio que la guerra es una forma de expresión contundente de ciertas hegemonías masculinas, macabras y viriles, del régimen político de la heterosexualidad, y la complicidad del elitismo blanco-colonial, más banco que la leche, al menos yo estaría regia.
'Aniquilar la diferencia’: Lesbianas, gays, bisexuales y transgeneristas en el marco del conflicto armado colombiano
Intervención en la presentación del informe sobre victimas LGBTI en el conflicto armado colombiano. Comisión Memoría Historica
Ange La Furcia
por:
Me decanto por otro lado y advierto de una buena vez, que no hay manera de entender los órdenes sociales en Colombia en relación con las violencias y la guerra si no es porque éstas son posibles por la producción artificiosa, regularmente muy perversa y coercitiva, de los órdenes de género y sexualidad. Cualquier interpretación, como las ya acumuladas de los informes de memoria precedentes, que diga lo contrario, o aún peor, que no lo haga, calle o silencie, deberá ser sometida a sospecha.
memoría gráfica: Periodico el Caleño. 1985- 1987
Hasta el momento ha habido al menos dos formas de interpretación, específicamente dos maneras de nombrar y conceptualizar la relación entre sexualidades y géneros con el conflicto armado en Colombia para comprender los asesinatos o crímenes. Por un lado, ha prevalecido, con mayor antigüedad, la denominación crímenes de odio que emergió a causa de las reivindicaciones sociales y políticas impulsadas por personas gitanas, judías, mujeres, negras u homosexuales desde la década de 1980, particularmente en Estados Unidos y posteriormente en Europa occidental, con el fin de reclamar y posicionar en el discurso jurídico y socio-político “los actos de violencia motivados por la intolerancia, el prejuicio o la discriminación”. Particularmente, el crimen de odio se ha identificado como “causa” del rechazo a aquellas identidades e identificaciones fuera de la norma.

La falla de esta perspectiva radica en que se basa en el repudio individual del o los agresores, al argumentar que el móvil del asesinato, prioritariamente es el sentimiento de odio, casi como una motivación natural testosterónica. Este sesgo psicologicista imposibilita llevar la explicación a un terreno más transversal a las problemáticas sociales que producen los crímenes. Sin embargo, considero que no debe abandonarse una perspectiva psicoanalítica, lejana al conservadurismo viril y heterosexual, que interprete cómo éstas masculinidades están basadas en el repudio y la abyección, entiéndase como el acto de vomitar a través del crimen a quienes no somos de su agrado. Esta dimensión psíquica del odio, que por obvias razones siempre es histórica y también social, sigue siendo muy importante para comprender parte de la complejidad del conflicto armado. Además, históricamente para nosotras ha sido importante movilizar los conceptos de transfobia, lesbofobia, bifobia y homofobia como forma de posicionamiento público de los rechazos, aborrecimientos, agresiones y violencias que padecemos, tanto que han logrado incorporarse en buena parte de los medios de comunicación, que querámoslo o no reconocer, es un logro de nuestra algarabía, de nuestra bulla y de lo atacadas que siempre estamos.
Por otro lado, con mucha más difusión actual, varios informes han considerado denominar estos asesinatos hacia personas con orientaciones sexuales e identidades de género no heterosexuales como crímenes por prejuicio sexual. Con este concepto se busca pasar de una interpretación individualista, a una más colectiva y relacional en el que los crímenes sean interpretados como hechos sociales basados en la discriminación.

Aunque nombrar los asesinatos de esta forma implica entender las representaciones, significados, actores e instituciones en juego, falla al dejar las identidades ocultas, debido a que el prejuicio y el crimen se explican siempre desde una trama relacional en la cual no se contempla la intencionalidad de matar de los sujetos. Este sesgo sociologicista, evade el género y la sexualidad como lenguajes contundentes del crimen, pues el prejuicio siempre se reduce a la intolerancia.
Investigación de María Catálina Gómez
crímenes de odio
crímenes por prejuicio sexual
Sugiero interpretar estos crímenes haciendo el escándalo. Vamos a expropiar al lenguaje jurídico sin temor a ser condenadas por enriquecimiento verbal ilícito o robo de derechos de autoría. Para comprender la lógica macabra de los asesinatos, debemos pensar en la operatividad jurídica y política de cómo nombrarlos y especialmente con el fin de que no prescriban. Concibo estos asesinatos como crímenes de dominación y de poder por medios sexuales, cuyo móvil preponderante es la generización y la sexualización del cuerpo. El arma más letal ha sido feminizar el cuerpo e imponer el dominio de las masculinidades guerreritas.

Es decir, buena parte, si no son todos los asesinatos de los hombres gays y probablemente, a pesar del subregistro y aún de la invisibilidad de los hombres Trans en las cifras y los informes, el acto de matar es una forma de feminizarlos, sus cuerpos asesinados quedan inscritos con la etiqueta femenina, es decir, los actores armados quieren volverlos mujeres, imponer el orden político de la heterosexualidad, la “blanquidad”, el dominio adultocéntrico y particularmente, la patria potestad de la virilidad, dejar claro que los que mandan acá son los hombres con armas y que las demás somos un conjunto de maricas, travestis y areperas que tienen que acabar.

Un crimen de poder por medios sexuales es un acto de apoderación: acumular cuerpos feminizados es una forma de tributación de la masculinidad, de ganar réditos y créditos, de obtener mayores dividendos en la bolsa de valores de la sociedad patriarcal. Este pacto de las masculinidades guerreristas, esta estructura mafiosa del prestigio viril, inscribe con sangre en nuestros cuerpos, la dominación. En su propia lógica necesita del reclutamiento de hombres Trans y niños para afianzar el dominio viril sobre los cuerpos de otras manifestaciones de la masculinidad.
crímenes de dominación y de
poder por medios sexuales

Si bien, buena parte de las víctimas son hombres, aunque aún haya un grave silencio sobre los hombres Trans, esta guerra necesita andar, especialmente matándonos a nosotras, las mujeres. Por lo tanto, me parece importante nombrar aquí una particularidad fundamental de los crímenes de mujeres lesbianas y mujeres Trans en el marco del conflicto armado.

Lejos de ser simplemente un tema de moda, las luchas feministas han aportado con mayor fuerza en años muy recientes una forma de conceptualizar los asesinatos de mujeres, planteando que éstos no constituyen homicidios, como suele denominarlos el derecho masculinista y viril, sino feminicidios, una forma contundente de matar por ser mujeres.

Creo que debemos ser todavía más atrevidas. Parto del supuesto de que la información y los testimonios recogidos con mujeres Trans y lesbianas no deben ser sometidos a dudas para discutir si tales crímenes son o no feminicidios. Por el contrario, asumo que son formas contundentes de matar por el hecho de ser mujeres y por lo tanto lo son. No obstante, es importante que se señale la identidad sexual y de género de la asesinada para denunciar públicamente por qué nos matan. De ese modo, lesbofeminicidio y transfeminicidio son dos conceptos necesarios para nombrar los crímenes de mujeres lesbianas y Trans en el marco del conflicto armado.

Estos crímenes son una forma de simbolizar un mensaje contundente para la sociedad, de imponer un orden, de instalar un régimen macabro de la masculinidad heteronormativa, “Te maté por marica, entienda que usted es un hombre que se viste de mujer”, “Te maté por arepera, ni crea que es macho”. Es un gran equívoco considerarlos simplemente crímenes sexuales. Es una agresión por medios sexuales pero no con objetivos sexuales. El deseo sexual es algo totalmente diferente. Es a partir de la agresión sexual a las mujeres, que se ataca al otro.

Los feminicidios en el conflicto armado colombiano, suelen recurrir a la destrucción genital de las mujeres, cualquiera que sea, sea que tenga vagina, pene, los dos, tenga o no senos. Porque en el imaginario patriarcal, que es hegemónico y en el cual estamos enredades, la destrucción del cuerpo de la mujer es la desmoralización no tanto de aquélla sino de los hombres que deberían ser capaces de tenerla bajo su tutela, de protegerla. La estrategia de la desmoralización del enemigo es central y la práctica para desmoralizar a ese enemigo, es la usurpación y la destrucción sexual del cuerpo de sus mujeres. Porque siempre nos asumen como suyas, siempre. Se trata de crímenes públicos, crímenes contra todes, contra toda la sociedad, un orden que busca destruir la humanidad
La operatividad jurídica de este concepto logra su punto máximo en el país en la aprobación de la Ley titulada “Rosa Elvira Cely” de 2015, y considero importante invadir todos los lenguajes posibles para tipificar los crímenes de esta forma, atravesando el conflicto armado y la jurisprudencia internacional. No debemos tener miedo de nombrar los asesinatos de ese modo. La categoría homicidio la hemos travestido de feminicidio porque no somos varones. Somos mujeres, y nos matan por serlo, por atrevernos a serlo, Medicina Legal, ¡entienda!


En este momento de la historia, hay una clara afinidad, un entronque patriarcal entre la godarría y el conservadurismo político de la gente y el régimen político de la heterosexualidad y el aniquilamiento, por tanto, este conflicto no solamente logra su expresión en el transfemnicidio y el lesbofeminicidios, sino en el femigenocidio. Es un exterminio programado y a veces a largo plazo de las mujeres. Hay un gran genocidio de género, un genocidio especial sobre nosotras, un transgenocidio. Debemos decir a la comunidad internacional que son crímenes de lesa humanidad. El género es una máquina genocida y los jueces participan del género. Son hombres, nadan confortablemente en la atmósfera hegemónica patriarcal. Y para el género no existen tiempos de paz.
Si se mata es porque existe simpatía de otras personas que no matan. Por eso nos matan. Precisamente en Cali, hemos registrado nuevamente en los últimos tres meses varios asesinatos de mujeres Trans con sevicia.

No seamos ingenuas, dudemos de si habrá posconflicto, porque aun así, mientras sobreviva esta ideología de ultraderecha en el país, no sólo uribista o santista goda, sino propia de nuestra identidad, nos van a seguir borrando, poco a poco en los márgenes. Matarnos a nosotres es un intento macabro de borrarnos de la historia.

Ni siquiera la Ley 1448 de 2011 de víctimas y restitución de tierras, logra minimizar el fenómeno ni reparar integralmente, por el contrario afirma las desigualdades sociales, en la medida que trabaja sobre la base de la discriminación y la deja intacta.