BRUJAS, YERBERAS Y OTRAS HIERBAS RARAS
Por Melissa Saavedra Gil
Mujeres-brujas que con sus hierbas-pócimas han sanado el mundo desde siempre. A este grupo pertenece Charito, conocedora de las plantas y sus elementales, quién dedica la vida a curar los cuerpos enfermos que se atreven a pasar por el 555 de la Galería Alameda. Pásese también por allí, a través de este texto, y déjese untar de la matica aquella que lo va mejorar.
Cuando era niña vivía con mi abuela. Cada 31 de diciembre la casa se llenaba de mujeres de todo tipo de formas, colores y contenidos. Los hombres también aparecían en escena. Sentados en los sofás de la sala, mujeres y hombres estaban siempre en espera de que alguien saliera del patio y fuera su oportunidad de pasar. Los olores eran reconocibles para mi memoria en crecimiento y aún siento que me son inolvidables: manojos de hierbas dulces para la fortuna, aguas tónicas cargadas de poder, sahumerios de mirra e incienso blanco que limpiaban cuerpos malditos, calzones amarillos para la abundancia, menjurjes de fin de año y dos grandes ollas al calor del fuego de las boquillas ardientes en donde se calentaban la mayoría de los ingredientes dispuestos para los baños de la buena suerte. El espacio para el baño era el patio; de ahí vienen los sofás, la espera, la oportunidad de pasar, el turno, los cuerpos malditos, el sahumerio, el baño y la buena suerte.

Mi abuela era lo que muchos podrían llamar una bruja[1] y a mi me daba pena. Me avergonzaba contarle a mis amigos que mi abuela era una habladora de suertes, de destinos. Me asustaba la idea de que la gente se diera cuenta. Cuando preguntaban sobre qué hacía mi abuela, mi respuesta se reducía a que era un simple ama de casa. Pero mi abuela no tenía una verruga en su nariz, ni salía por las noches volando sobre su escoba en busca de niños que raptar para comer.
Ahora ya no soy esa misma niña, vivo sola y mi abuela ya murió. Nunca aprendí lo que me quiso enseñar, pero las hierbas, las aguas tónicas, los sahumerios y los menjurjes (no sólo de fin de año), continúan presentes en mi vida. No tengo calzones amarillos, estoy esperando a que alguien se anime a regalármelos.

Con las nuevas eras que vinieron a mi vida creció mi obsesión por las plantas y lo que en ellas habita. El vacío de la inquisición hecha por mí hacía mi abuela me llenó de una constante curiosidad. La fuente de las preguntas: mi abuela; de las respuestas: Charito; el nuevo espacio: la galería [2] Alameda[3].
Isabel Rosario Bedoya, mejor conocida como Charito, es una mujer de 54 años de edad, de cabello medianamente largo, color caoba-chocolatoso, piel trigueña, estatura baja; con carisma, extrovertida y conversadora, llena de una calidez humana potenciada. Desde los 12 años ha trabajado como yerbera en Alameda. Su madre fue quien le enseñó a conocer, reconocer y sentir el universo herbario. Actualmente, Charito lleva 36 años como yerbera en este lugar.

“Yo le dije a mi hija que tenía una clienta nerviosa, por usted. Porque usted es Melissa como el toronjil.” Así me dijo Charito en una de nuestras primeras conversaciones sobre plantas. La verdad, no entendí.
Charito dice que su conocimiento herbario habita en su cabeza; nunca anotó lo que su madre le enseñaba sobre los usos de las plantas. Todas las categorizaciones y clasificaciones las elaboró a través de su experiencia compartida y de la cotidiana reiteración y experimentación herbaria. Esta práctica llevó a muchas mujeres a ser quemadas vivas (la caza de brujas en el Medioevo), ya que una de las acusaciones que se les hacía era que poseían poderes mágicos sobre la salud -pues podían provocar el mal- pero también que tenían la capacidad de curar[4]. Y así es como Charito se identifica: como una mujer que puede ayudar a los demás a través de lo que ella llama 'su botánica'. Si mi abuela y Charito hubieran vivido en el Medioevo, habrían sido quemadas vivas.

TODA ABUELA ES BRUJA ¡Y QUÉ!
RUMORES DE UN PREGONAR

ELEMENTALMENTE MILAGROSO

Así comenzamos a conversar Charito y yo sobre los usos de las plantas. Desde la complicidad femenina que nos reunía en medio de los jardines de nuestras peripecias mensuales y menstruales. Claro, por cuestiones de edad, más de las mías que de las suyas. Al cabo de unos cuantos minutos, las historias herbarias se ampliaron entre el bullicio de los vendedores de frutas y vegetales, de la humedad tropical de un día caluroso que anunciaba lluvias pasajeras y de palomas que agitaban las alas desde el techo de la plaza hacia uno de los puestos vacíos, donde les rociaban arroz varias mujeres que encontraban extraordinaria diversión en su tránsito aéreo.

Las escenas pasaban a nuestro alrededor como pureza intocable. Mientras Charito atendía a los elementales de las plantas, me los iba traduciendo como espíritus enanos que regeneran sustancias corporales. Me relataba que estos espíritus son una creación perfecta, bella y admirable. Decía que -como cosa rara- los humanos confundimos lo elemental con lo no elemental de las cosas y que por eso actualmente hay algunas plantas prohibidas por ser consideradas ilegales: la marihuana, la coca, la marimba, la machimba, el borrachero, la mandrágora y hasta el tabaco. En mi mente pasaban las imágenes de prohibición y de anulación pero también de liberación. Se construía allí la historia del pasado, de las brujas y sanadoras que a menudo eran las únicas personas que prestaban asistencia médica a la gente del pueblo que no poseía médicos ni hospitales y vivía pobremente bajo el yugo de la miseria y la enfermedad.

Luego, lo que debemos preguntarnos no es tanto cómo se produjo la cacería de brujas y la exclusión de las mujeres de la medicina, quedando estas reducidas al papel de enfermeras[5], sino cómo llegaron a crearse precisamente esas categorías. Dicho de otro modo, ¿por qué una categoría concreta de sanadores, que casualmente eran varones, blancos y de clase media, lograron eliminar toda la competencia de las sanadoras populares, parteras, brujas, yerberas y otras médicas, que habían dominado el panorama de la medicina desde el inicio de la historia bíblica a principios del siglo XX?

Para terminar solo le recomiendo que, cuando visite la 'CaliEspacial', se de un paseíto por la galería Alameda y busque el puesto número 555. Ahí encontrará inspiraciones herbarias para continuar por el sendero natural.

Y recuerde, cuando tenga una bruja, sanadora o yerbera cerca, aproveche, puede ser la oportunidad para que llegue el día de su suerte.
Hay una historia que pasó y es verdadera. Creo que está en la doctrina cristiana… La virgen María estando en su vivienda (en ese tiempo se utilizaban parcelas en donde sembraban su cilantrico, sus cebollitas, sus hortalizas) en un momento dado, amaneció con cólicos, como con dolores bajitos, y era la mitad de la noche. Entonces Ana, la hermana de ella, la oía quejarse y le preguntó que qué le pasaba, y María le contestó que tenía un dolor bajito, como de estómago:

Ana le dijo a María: ¿En qué te puedo ayudar?

María le respondió: Ve a la huerta rápido y consígueme una hoja, una rama de cualquier planta y hazme un agua para el dolor, para este cólico.

Ana: ¿cuál, María? ¿Cuál rama cojo?”

María: Cualquiera, Ana. La mejor que tú creas.

Ana: María pero…

María: Cualquiera Ana. Mejor-Ana…

Entonces esa hierba desde ahí quedó como la mejorana. Y es una planta que se utiliza para dolores de vientre, menstruales, vaginales.
[1] Desde la etimología francesa, la palabra bruja deriva del latín vulgar y femenino sortiarius que literalmente significa hablador de suertes o parlachín de suertes y del latín clásico sors, sortis que primero señalaba un procedimiento de clarividencia, y luego significaba destino o suerte.

[2] En Cali las plazas de mercado se les conoce con este nombre, que personalmente armoniza aún más con los ritmos de la 'CaliEspacial' y su continuum de delirium tremens.

[3] Alameda, pese a los auges de la modernización, urbanización y prácticas de libre mercado, aún sobrevive, aunque esté rodeada de pequeños supermercados que intentan posicionarse con sus ofertas y paquetes de promoción en frutas y verduras. Pienso que debe ser por la necesidad de coexistencia de mundos cruzados.

[4] No es casualidad que hasta hoy, el nombre para los sacerdotes es cura, pues la iglesia cristiana fue una de las grandes instituciones que incentivó la persecución y casería de brujas.

[5] Aclaro, la enfermería es igual de valiosa. A lo que aludo con esta afirmación, es a la pérdida de autoridad en el campo médico, en el campo de la salud, en el campo de la botánica.
Publicado originalmente en: Revista i.letrada2014-2015
Leer investigación de la autora: Herbario familiar. Mujeres, conocimientos, Poderes y prácticas botánicas.
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO)
Sede Quito, Ecuador.
Llegué a mi casa a buscar qué era lo que me había dicho y comprendí. Ella me decía que era Melissa como el toronjil porque desde la botánica, al toronjil se le conoce como Melissa officinalis, su nombre científico, que si bien tiene un uso en la industria dentífrica, es una planta de poder que, además de calmar los nervios (porque tiene la función natural de tranquilizar el músculo cardiaco) induce a un sentimiento de realidad en los sueños haciendo que se vuelvan más intensos, más vívidos y más surrealistas
Algunos médicos ingleses enviaron una petición al Parlamento quejándose de las indignas y presuntuosas mujeres que les usurpaban la profesión. A toda mujer que intentara ejercer la práctica de la física (medicina), no se le acusaba de ser incompetente, sino de haber tenido la osadía de curar, siendo mujer. A finales del siglo XIV, la campaña de los médicos profesionales contra las sanadoras urbanas instruidas había conseguido su propósito prácticamente en toda Europa. Los médicos varones habían conquistado un absoluto monopolio sobre la práctica de la medicina entre las clases superiores (a excepción de la obstetricia que continuaría siendo competencia exclusiva de las parteras durante otros tres siglos, incluso entre estas clases sociales). Había llegado el momento de dedicar toda la atención a la eliminación de la gran masa de sanadoras, las brujas.

Como con un mapa y sus convenciones, Charito expresa la relación del elemental de las plantas con cada uno de los órganos del cuerpo humano. El agua de yantén con caléndula y sangre de drago ayuda al colón inflamado; el marañón y el chaparro pueden aliviar problemas de diabetes; la otoba, la mano de res, la quinua, la ortiga, el sauce y el romero sirven a aquellos que sufren caída del cabello; miel de abeja pura, una caneca de brandi y los cristales de tres pencas de sábila bien adulta (de 15 a 20 años de edad) pueden aportar a la mejora de un cáncer en inicio. Las sanadoras, las brujas y las yerberas conciben su medicina y la median a través de procesos botánicos con legitimidad discursiva ante algunos que aún identifican en el mundo natural -no procesado ni industrializado-, soluciones para su enferma corporalidad. Como lo hacía mi abuela, las abuelas de mi abuela, y posiblemente, también sus abuelas, persona lectora. Brujas, que son, por supuesto, históricas. ¿O no?

Si los problemas aquejan a una corporalidad maldita, cargada de energías negativas que inundan la epidermis, lo mejor será bañarse en ruda, salvia, cicuta, destrancadera, martin galvis, anamú, mata ratón, verbena, rompe saraguey y hojas del árbol de la cruz. Bien fuerte. Bien amargo. Y en períodos a base de impares: 3, 5, 7, 9 días. Mi abuela estaría de acuerdo con Charito en que pasado este ciclo amargo viene lo dulce. Activar y subir las energías. El cambio de piel. La buena suerte: abrecaminos, hierba buena, menta, sígueme, citronela, eucalipto, pino, canela y la ya famosa mejorana.
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